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Pregón de la I Jornada Medieval Portillo de Toledo 2006

Ordenando mis carpetas de archivos me he encontrado con este texto que realicé para el pregón de la Jornada Medieval de Portillo de Toledo 2006, que fue la primera, y que año tras año estas jornadas medievales han venido celebrándose con bastante éxito.

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I JORNADA MEDIEVAL

PORTILLO DE TOLEDO

2, 3 y 4 de Junio 2006

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Leyendo el Pregón en el acto inaugural junto a mi sobrino Luis. 2 de junio de 2006 en la Plaza de España de Portillo de Toledo

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PREGÓN:

Excelentísimo Señor Alcalde, dignísimas autoridades, querido Párroco, señoras y señores:

Este fin de semana es especial para Portillo. Y digo ‘especial’ porque celebra su: I JORNADA MEDIEVAL.

A lo largo del año se celebran por muchos rincones de nuestra geografía los ya famosos mercados medievales. Una excusa perfecta para adquirir productos gastronómicos, curtidos o bisutería, con la garantía de estar ante el resultado de una labor totalmente artesanal.

Portillo no ha querido ser menos, y hoy, nos trasladamos por unos días a la época más mágica de nuestra historia: la Edad Media. Por eso a partir de hoy, esta villa llenará sus calles de saltimbanquis, bufones y brujas, mientras nuestra querida banda nos ambientará con notas musicales de la época. Jóvenes artistas de la localidad nos impresionarán con actuaciones teatrales, recitales poéticos y danzas del arte medieval. Magia e ilusión inundarán hasta el último rincón. Podremos participar en los torneos divirtiéndonos como lo hacía la alta nobleza. Veremos algún que otro auto de fe, como los que se celebraban antaño en las plazas públicas, en el que una bruja era condenada a arder en el fuego eterno. Todo esto y más, mientras los comerciantes ofrecerán sus productos artesanos elaborados con todo su cariño.

¡Amigo visitante!, tal vez llegue a creerse ciudadano de esta época tan antigua, descubra sus costumbres y deguste sabores desconocidos. Pero no olvide que a la hora de pagar, no se aceptan maravedíes.

La Edad Media comienza  en el siglo V con la caída del Imperio Romano y termina con el descubrimiento de América en 1492. En muchos aspectos los tiempos medievales nos parecen remotos y misteriosos, poblados de caballeros y damas, reyes y obispos, monjes y peregrinos. Pero las ciudades, los Estados, los Parlamentos, los sistemas bancarios y las universidades de hoy en día, tienen sus raíces en esta época, y buena parte de nuestro paisaje está todavía dominada por los grandes castillos y las catedrales medievales.

No voy a contar aquí la historia completa de la Edad Media. Me conformaré sólo con dar algunas pinceladas sueltas, cuya intención, no es más que conocer algunos matices del marco socio-cultural de esta época y trasladarnos, aún si cabe, un poco más al contexto de la jornada medieval que celebramos hoy.

Empezaré por citar un pequeño fragmento de una de las grandes obras maestras de la literatura universal, que aunque no fue escrita en pleno periodo medieval, describe la locura del protagonista causada por sus continuas lecturas de libros de caballerías propios de la Edad Media. Estoy hablando de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha.

En el capítulo XXXIX DONDE EL CAUTIVO CUENTA SU VIDA Y SUCESOS, Miguel de Cervantes nos relata la historia en la que el padre del cautivo le reúne junto a sus dos hermanos para repartirles su hacienda y transmitirles su voluntad. Dice así:

“… Pero querría que después de que cada uno tuviese en su poder la parte que le toca de su hacienda, siguiese uno de los caminos que le diré. Hay un refrán en nuestra España, a mi parecer muy verdadero, como todos lo son, por ser sentencias breves sacadas de la lengua y discreta experiencia; y el que yo digo dice: “iglesia, o mar, o casa real”, como si más claramente dijera: “Quien quisiere valer y ser rico, siga, o a la Iglesia, o navegue, ejercitando el arte de la mercancía, o entre a servir a los reyes en sus casas”; porque dicen: “Más vale migaja de rey que merced de señor.” Digo esto porque querría, y es mi voluntad, que uno de vosotros siguiese las letras, el otro la mercancía y el otro sirviese al rey en la guerra, pues es dificultoso entrar a servirle en su casa; que ya que la guerra no dé muchas riquezas, suele dar mucho valor y mucha fama.”

De este texto me llama la atención ese refrán que el padre del cautivo afirma tan verdadero: “iglesia, o mar, o casa real”. ¿Y por qué? Porque pienso que, efectivamente, tenía mucho de verdad en aquella época. Representa los tres caminos que uno podía elegir para llegar a ser algo en la vida. Tres caminos que explicaré brevemente:

1. Iglesia.

Uno podía escoger el camino de la iglesia. A saber que ésta era entonces una de las pocas entidades organizadas que además de ser dueña de un enorme poder sobre los hombres, participó en importantes cuestiones del estado.

Pero lo más importante, es que al escoger la iglesia, uno podía seguir el camino de las letras. Fueron los monasterios y las escuelas catedralicias los encargados de preservar la cultura. Después, estas instituciones educativas progresaron hasta fundarse las primeras universidades.

Merece la pena mencionar en este punto a la Escuela de Traductores de Toledo, donde sabios cristianos, árabes y judíos consiguieron traducir a las lenguas de las tres culturas los documentos antiguos que se habían salvado del las invasiones bárbaras. Así, Europa se fue inundando con los restos del saber clásico que se habían podido recuperar en Toledo: Aristóteles, Platón, Cicerón, Ovidio, etc.

2. Mar.

Pero si uno no quería hacer votos de castidad, tenía la opción de dedicarse a las actividades de los mercaderes y comerciantes. El refrán dice ‘Mar’ y con ello se refiere a que a finales de la Edad Media, el comercio había experimentado un gran auge en nuestra península, que posteriormente se expande al resto de Europa a través del mar. Sobre todo  por la Ruta del Mediterráneo.

Para entonces, los mercaderes y artesanos se organizaron en gremios y regidos por rigurosas ordenanzas, dotaron a las ciudades de una fisonomía peculiar, con sus talleres, mercados, lonjas, etc.

No obstante, mucho antes de esto, la economía había sido más bien de subsistencia, cuyas únicas actividades de reducían a la agricultura, la ganadería y la explotación de los bosques. La ganadería fue la que más progresó, especialmente en las tierras de Castilla, donde el gran número de ovejas hizo imposible aumentar los pastos y se tuvo que recurrir a la práctica de la trashumancia. De esta manera los reyes concedieron el privilegio de paso, es decir las cañadas, para el traslado del ganado. Esto ocasionó  graves enfrentamientos entre ganaderos y agricultores al ver estos últimos, sus tierras invadidas por el ganado.

Lo que acabo de contar está muy ligado a la Historia de Portillo. Como muchos sabrán, durante los siglos XVI y XVII, los habitantes de nuestro pueblo tuvieron un conflicto con el Duque de Maqueda en el lugar de “La Reyerta”. Al parecer, después de que el pueblo comprara los derechos de pastos, este lugar siguió siendo ocupado por los ganados del Duque. Tras un largo periodo de pleitos, el rey resolvió que “La Reyerta” pasara al común de los portillanos y que las rentas que el Duque reclamaba, serían donadas a la patrona del pueblo, la Virgen de la Paz. Por eso, todos los años, cada 24 de enero, día de nuestra patrona, se repite este acto simbólico de ofrecerla el ramo.

3. Casa Real.

Y por último, uno podía elegir servir en la Casa Real, que como muy bien dice el padre del cautivo: al rey se le solía servir en la guerra.

Habiendo rechazado el mundo de las letras que ofrecía la iglesia, y las riquezas que se podían obtener del comercio. Sirviendo al rey en la guerra, uno buscaba el prestigio y el reconocimiento social.

En un mundo de señores y vasallos impuesto por el sistema feudal, no era tarea fácil llegar a ser un auténtico caballero de la corte real. Pues, La caballería era una clase privilegiada de la sociedad.

Generalmente, el hijo del señor feudal era el que tenía más posibilidades de llegar a ser un gran caballero. Desde los siete años se le enseñaba a manejar las armas y a montar. A los catorce se convertía escudero de un señor más rico. Saber leer y escribir no era obligatorio para un caballero. La vida en el castillo, las canciones y narraciones de las hazañas caballerescas debían inculcarle la idea del honor: la fuerza, el valor y la fidelidad al señor.

Los caballeros pasaban todo su tiempo en las guerras. Vivían en castillos fortificados, necesarios para la defensa durante la guerra y para proteger a los señores del ataque de los campesinos amontillados.

El caballero combatía siempre a caballo. Recubierto de acero, el caballero era en sí, una especie de fortaleza viviente. Existía un dicho popular según el cual ‘cien caballeros equivalían a mil infantes’. Los caballeros eran muy diestros en los combates singulares, pero no sabían actuar  unidos y eran poco disciplinarios en una batalla.

La distracción preferida de los caballeros era los torneos, certámenes militares los cuales se realizaban en las cortes de los reyes o de los grandes señores feudales.

No quiero entretenerles más. Solamente me queda agradecer su atención, esperando haberles acercado un poco más al acontecimiento cultural que celebramos este fin de semana. Con el deseo también de la consolidación de este acto en años sucesivos.

Señoras y señores, solo me queda decirles que disfruten de esta:

I JORNADA MEDIEVAL en PORTILLO DE TOLEDO.

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Rubén Crespo
En Portillo de Toledo, a 2 de junio de 2006.

Recordando a Don Rafael

Foto extraída en la Galería de http://www.portillodetoledo.es/

Desde que ayer, miércoles 10 de agosto, me enterara de la noticia del fallecimiento de Don Rafael, párroco de mi querido pueblo, Portillo de Toledo, no he podido evitar sentimientos de tristeza y nostalgia. Qué casualidades tiene la vida –podríamos decir- quiso quedarse en aquella gruta francesa con la Virgen de Lourdes; y allí se quedó, con Ella.

Son muchos recuerdos los que me han venido a la mente. Y se entremezclan con muchos de los mensajes que veo en las redes sociales en contra de la Iglesia y de la visita del Papa. En mi opinión, muchos de estos ataques están infundamentados y demonizan gratuitamente a una institución, la Iglesia, que sigue siendo necesaria y cumple papeles vitales en nuestra sociedad. Sin embargo, todas las opiniones son respetables y no es mi intención, en este sentido, entrar en polémicas. Pero permítanme recordar y dedicar unas palabras, más que a un sacerdote, a una gran persona. Que me perdonen sus detractores, pero es que yo me eduqué y me socialicé en un ambiente cristiano-católico. Y no me arrepiento, pues aunque no soy un practicante ejemplar, aprendí en clases de religión y en catequesis valores morales que siguen siendo hoy principios básicos en mi vida. Y éstos, no tienen por qué estar en contradicción de otros que se consideran aconfesionales. Quizás son esos valores de los que hablo los que me obligan hoy a escribir a la memoria de Don Rafael.

Con Don Rafael aprendí una de las cosas más importantes que me ha ayudado mucho en la vida: a madurar en la fe. -Sí, yo también tuve mis crisis de fe-. Él me ayudó en aquel periodo de incertidumbres. Y hoy puedo decir que ‘tener fe’ me ha servido de gran ayuda en muchos momentos delicados. Recuerdo en aquellas reuniones de catequesis, para explicar el significado de la fe, ponía muchas veces el ejemplo del ladrón que se santiguaba antes de realizar su acción, siendo inconsciente de que lo que iba a hacer era una mala acción. Y en esas reuniones a mi me gustaba hacerle preguntas difíciles; hablábamos mucho sobre el significado de la muerte. Incluso le regalé un libro sobre aquella incomprendida que ayer se lo llevó. Seguro que lo tendrá guardado en algún lugar. Tendría curiosidad por verlo, pues él tenía la costumbre de tomar nota en los márgenes de los libros cuando algo le llamaba la atención. Confieso que esa costumbre, que ahora también tengo yo, se la copié.

Y en esto de la fe, él sabía bastante, sino ¿cómo hubiese sido posible hacer una Ermita y una Residencia empezando por nada? Era carismático sí. Sabía tocar en aquellos corazones de personas de fe y, a su vez, hacerla crecer en sus corazones. Recuerdo las procesiones de Semana Santa. Un rato antes de que empezaran, me apoyaba con mis amigos en lo que llamábamos ‘gradas de la Iglesia’. Yo había sacado al Nazareno en otras ocasiones y me decía a mi mismo: “ya habrá alguien que quiera sacarlo este año”, y luego se oía por la megafonía de la Iglesia que se necesitaban jóvenes voluntarios que sacaran al Santo. En el fondo me alegraba, intentaba convencer a mis amigos para ir, y siempre había alguno que me acompañaba. No me importaban las molestias que tenía luego en los hombros de aguantar aquel pesado Nazareno. Más que me llamen iluso, yo me sentía bien y pensaba que había sido un buen gesto. Tampoco me importaba subirme a la carroza del Cristo intentando mantener el equilibrio sosteniendo a la misma vez la cruz, ya que había que bajarla un rato antes de sacarla o meterla porque si no, daba con el dintel de las puertas de la Iglesia. Don Rafael sabía que me gustaba y que lo hacía por devoción y sin ningún tipo de interés. Con un solo gesto suyo me bastaba. Y luego hacíamos lo más difícil, colocar al Cristo en lo alto del altar. Una tarea ardua complicada y riesgosa que hacíamos con escaleras que oscilaban de un lado para otro. Pero abajo había alguien que te sujetaba la escalera y tú confiabas en él, y tenías fe, porque allí estaba Don Rafael dirigiendo y animando a todos. Siempre encontraba las palabras idóneas que te estimulaban y te hacían valeroso. Ahora entiendo porque mi padre tenía siempre esa ilusión por ir a ponerle las pilas al Santo Sepulcro en Semana Santa. Para él era un acto de devoción como los que yo acabo de contar. Y eso sólo se hace cuando se tiene fe en algo.

Más fe han tenido –y tuvieron- todos los que, aportando más o menos, con trabajo o con dinero, hicieron posibles las construcciones de la Ermita de San Cosme y San Damián, y la Residencia de Ancianos. Y allí estuvo Don Rafael, el primero, para que esos proyectos, que parecían imposibles, se hicieran realidad. Que bonito es cada año ir a la Romería de la Ermita, que aunque no vayas a misa, vas allí porque un día se hizo una Ermita y un espacio para poder hacer ese maravilloso evento. Yo planté alguno de aquellos árboles que hay allí. Recuerdo el viernes que me dijo mi padre que el sábado teníamos que levantarnos pronto y echar una mano a Don Rafael para ese fin. Y a mi no me apetecía mucho, y entonces vino Don Rafael y me dijo: “pero hombre, Rubén… que no me puedes decepcionar”. Dichosas palabras aquellas que de repente cambiaban mi estado de ánimo. Y allí fui a cavar y a plantar árboles. Ahora tengo un recuerdo muy bonito de aquello.

Recuerdo también, aún siendo más pequeño, que mi hermana compró una bici ciclostática, entonces era toda una novedad. Don Rafael pasaba por casa después de dar misa, y daba unas cuantas pedaladas. Yo aprovechaba en esos momentos para hablar con él de fútbol -porque los dos éramos del Real Madrid-. Me acuerdo cuando bromeaba y decía “cuando el Madrid gane la Copa de Europa –bastantes años antes de ganar la séptima- tocaremos las campanas de la iglesia para celebrarlo”. Los que habéis estado cerca de él, me diréis: “cosas de Don Rafael”. Y hay muchos que me dijeron que fue un gran apasionado de los encierros del pueblo y que corría en ellos. Me lo creo, porque ahora mismo lo estoy viendo con la sotana negra arremangada dando unas cuantas patadas al balón en el redondo de arena que era la Plaza del Ayuntamiento, donde solíamos jugar al fútbol antes de entrar a catequesis.

Son tantas cosas las que recuerdo… Pero lo más importante es que, con sus aciertos y sus errores, siempre recordaré a Don Rafael como una persona que hizo todo cuanto pudo por la gente y el pueblo que más quiso: Portillo de Toledo. Para mi, Don Rafael siempre estará en mi corazón y, seguramente, en el de muchos portillanos y  de otra tanta gente de pueblos de alrededor y otros lugares donde lo conocieron. Don Rafael ha escrito una parte muy bonita de la Historia de Portillo y será recordado como una persona emblemática.

Me despido de ti, Don Rafael con los siguientes versos de José Ángel Buesa:

Te digo adiós, y acaso te quiero todavía.

Quizá no he de olvidarte, pero te digo adiós.

No sé si me quisiste… No sé si te quería…

O tal vez nos quisimos demasiado los dos.

Este cariño triste, y apasionado, y loco,

me lo sembré en el alma para quererte a ti.

No sé si te amé mucho… no sé si te amé poco;

pero sí sé que nunca volveré a amar así.

Me queda tu sonrisa dormida en mi recuerdo,

y el corazón me dice que no te olvidaré;

pero, al quedarme solo, sabiendo que te pierdo,

tal vez empiezo a amarte como jamás te amé.

Te digo adiós, y acaso, con esta despedida,

mi más hermoso sueño muere dentro de mí…

Pero te digo adiós, para toda la vida,

aunque toda la vida siga pensando en ti.

Que la Virgen de la Paz y los Santos Mártires te acojan en su gloria.

Rubén Crespo

11 de Agosto de 2011