Los estudiantes de la UNED lo saben, pero para el que lo desconozca, y a pesar de que llevamos ya un tiempo inmersos en la era digital, el material a estudiar de los programas de la mayoría de las asignaturas se basa en libros-manuales que el estudiante debe seguir. La mayoría los compramos; los menos, y tienen suerte de estar cerca de los centros asociados, pueden disponer de ellos en forma de préstamo a través de las bibliotecas. A primera vista y, como digo, hoy en día en la era digital, parece un poco incongruente que una universidad a distancia no pueda dotar a sus alumnos del material en forma digital, de manera que se contribuye a mantener el mercado editorial de los manuales y libros en forma impresa. Yo no estoy en contra de ello. Aunque me considero mucho más ‘digital’ que ‘analógico’, la experiencia de leer el libro clásico, o estudiar a través de él, a mí me resulta más agradable que leer a través de pantallas. Sin embargo, estando un poco al loro de las tendencias tanto de la industria editorial como de las nuevas incorporaciones de las TIC a los sistemas educativos, reconozco que más temprano que tarde, ira desapareciendo la costumbre de estudiar a través de esos abultados manuales de celulosa. Pero mientras tanto, seguiremos -por lo menos yo- adquiriendo y estudiando esos libros que los equipos docentes nos señalan como bibliografía básica para superar las asignaturas.
Pero no es mi pretensión realizar aquí un análisis del las tendencias del mercado editorial o la incorporación de las TIC en los estudios a distancia. De momento sólo he pretendido hacer una introducción para contextualizar un poco la crítica (siempre constructiva, claro está) que pretendo hacer a la Editorial McGraw-Hill.
Llevo poco más de dos años estudiando en la UNED, y hasta ahora siempre he comprado todos los manuales que indican las guías didácticas de las asignaturas como bibliografía básica. La mayoría de estos libros no son precisamente económicos, y cuando son de McGraw-Hill, suelen ser los más caros. McGraw-Hill goza de un gran prestigio y podríamos pensar que el hecho de atesorar más calidad en su contenido pueda justificar la diferencia de precio, pero me temo que no es así. No es que niegue la calidad de McGraw-Hill, es que otras editoriales no tienen mucho que envidiar y también ofrecen contenidos de calidad. Otra cosa bien diferente es que los equipos docentes consideren unos manuales más idóneos que otros.
El dilema me surge cuando en este curso, en la asignatura de Teoría Sociológica I: Clásica la guía nos indica como bibliografía básica el libro de George Ritzer, Teoría Sociológica Clásica 3ª edición. Paso a buscarlo a la librería y me dan la 6ª edición, lo cual interpreto que es una versión mucho más actualizada y complementado. Mi sorpresa surge cuando veo que otro compañero tiene la 3ª edición y compruebo que, siendo más antigua, es un libro bastante más grueso que el de la 6ª edición. ¿Qué ha pasado? Después de indagar un poco, me entero de que el mayor grosor del libro antiguo se debe a la simpleza de que en el nuevo, la 6ª edición, han cambiado la maquetación y han reducido el tamaño de letra. Bueno, se puede leer perfectamente. No tengo ningún problema de deficiencia visual hasta ahora, gracias a Dios. Imagino que han reducido márgenes, espacios, etc. Es lógico, y hasta ecológico, que McGraw-Hill reduzca la cantidad de celulosa empleada y haga que el libro sea más manejable. Pero ¿son éstos solamente los motivos de tal cambio, o al final se trata una operación para maximizar beneficios puesto que reduce los costes de producción y no el precio de venta? ¿El coste ahorrado por la reducción de papel y tinta no se podía haber empleado en dotar al libro de unas tapas más duras y sufridas? Precisamente esto es lo que más me molesta de McGraw-Hill y no me cansaré de denunciar, es que si tienes un libro con un gran contenido de calidad, al menos el libro se merece una calidad coherente en los materiales con los que está hecho, sobre todo, unas tapas dignas.
Concluyendo, que al precio de los libros de esta editorial tengo que añadir además el coste del forro y el tiempo que empleo para que las tapas (la cara del libro) no terminen desgarrándose por sus bordes. La editorial debería comprender que un buen libro, más cuando es un manual para el estudiante, es susceptible de usarse mucho, y por tanto, necesita de unos materiales más duraderos. Es como si en la M-30 de Madrid, echaran la capa de rodadura que usan para los carriles-bici.
Rubén Crespo 11 de octubre de 2011