Mes: octubre 2011

Crítica constructiva a McGraw-Hill

Los estudiantes de la UNED lo saben, pero para el que lo desconozca, y a pesar de que llevamos ya un tiempo inmersos en la era digital, el material a estudiar de los programas de la mayoría de las asignaturas se basa en libros-manuales que el estudiante debe seguir. La mayoría los compramos; los menos, y tienen suerte de estar cerca de los centros asociados, pueden disponer de ellos en forma de préstamo a través de las bibliotecas. A primera vista y, como digo, hoy en día en la era digital, parece un poco incongruente que una universidad a distancia no pueda dotar a sus alumnos del material en forma digital, de manera que se contribuye a mantener el mercado editorial de los manuales y libros en forma impresa. Yo no estoy en contra de ello. Aunque me considero mucho más ‘digital’ que ‘analógico’, la experiencia de leer el libro clásico, o estudiar a través de él, a mí me resulta más agradable que leer a través de pantallas. Sin embargo, estando un poco al loro de las tendencias tanto de la industria editorial como de las nuevas incorporaciones de las TIC a los sistemas educativos, reconozco que más temprano que tarde, ira desapareciendo la costumbre de estudiar a través de esos abultados manuales de celulosa. Pero mientras tanto, seguiremos -por lo menos yo- adquiriendo y estudiando esos libros que los equipos docentes nos señalan como bibliografía básica para superar las asignaturas.

Pero no es mi pretensión realizar aquí un análisis del las tendencias del mercado editorial o la incorporación de las TIC en los estudios a distancia. De momento sólo he pretendido hacer una introducción para contextualizar un poco la crítica (siempre constructiva, claro está) que pretendo hacer a la Editorial McGraw-Hill.

Llevo poco más de dos años estudiando en la UNED, y hasta ahora siempre he comprado todos los manuales que indican las guías didácticas de las asignaturas como bibliografía básica. La mayoría de estos libros no son precisamente económicos, y cuando son de McGraw-Hill, suelen ser los más caros. McGraw-Hill goza de un gran prestigio y podríamos pensar que el hecho de atesorar más calidad en su contenido pueda justificar la diferencia de precio, pero me temo que no es así. No es que niegue la calidad de McGraw-Hill, es que otras editoriales no tienen mucho que envidiar y también ofrecen contenidos de calidad. Otra cosa bien diferente es que los equipos docentes consideren unos manuales más idóneos que otros.

El dilema me surge cuando en este curso, en la asignatura de Teoría Sociológica I: Clásica la guía nos indica como bibliografía básica el libro de George Ritzer, Teoría Sociológica Clásica 3ª edición. Paso a buscarlo a la librería y me dan la 6ª edición, lo cual interpreto que es una versión mucho más actualizada y complementado. Mi sorpresa surge cuando veo que otro compañero tiene la 3ª edición y compruebo que, siendo más antigua, es un libro bastante más grueso que el de la 6ª edición. ¿Qué ha pasado? Después de indagar un poco, me entero de que el mayor grosor del libro antiguo se debe a la simpleza de que en el nuevo, la 6ª edición, han cambiado la maquetación y han reducido el tamaño de letra. Bueno, se puede leer perfectamente. No tengo ningún problema de deficiencia visual hasta ahora, gracias a Dios. Imagino que han reducido márgenes, espacios, etc. Es lógico, y hasta ecológico, que McGraw-Hill reduzca la cantidad de celulosa empleada y haga que el libro sea más manejable. Pero ¿son éstos solamente los motivos de tal cambio, o al final se trata una operación para maximizar beneficios puesto que reduce los costes de producción y no el precio de venta? ¿El coste ahorrado por la reducción de papel y tinta no se podía haber empleado en dotar al libro de unas tapas más duras y sufridas? Precisamente esto es lo que más me molesta de McGraw-Hill y no me cansaré de denunciar, es que si tienes un libro con un gran contenido de calidad, al menos el libro se merece una calidad coherente en los materiales con los que está hecho, sobre todo, unas tapas dignas.

Concluyendo, que al precio de los libros de esta editorial tengo que añadir además el coste del forro y el tiempo que empleo para que las tapas (la cara del libro) no terminen desgarrándose por sus bordes. La editorial debería comprender que un buen libro, más cuando es un manual para el estudiante, es susceptible de usarse mucho, y por tanto, necesita de unos materiales más duraderos. Es como si en la M-30 de Madrid, echaran la capa de rodadura que usan para los carriles-bici.

Rubén Crespo
11 de octubre de 2011

 

Lógicas, las ocultas, y motivos para seguir indignándose

Respecto al tema específico de las controversias y manifestaciones surgidas a raíz de los recortes que han aplicado determinadas comunidades autónomas en el sector educativo, llevo oyendo y leyendo muchas noticias, hablo con gente, les escucho (tengo muchos conocidos del ámbito educativo con diversas opiniones). No he querido manifestarme sobre este asunto en concreto -en muchas ocasiones ha sido un morderme la lengua- sobre todo por miedo a equivocarme, pues creo que es un asunto complejo y que se debe abordar con seria profundidad. Digamos, que por un lado está la calidad del sistema educativo (los informes PISA año tras año nos dan bofetones); y por otro lado está el presupuesto y los recursos educativos. A día de hoy, todavía no he visto una teoría que explique que la inversión en recursos educativos (humanos y tecnológicos), tal y como se ha venido haciendo, sea la condición necesaria y suficiente para promover la calidad educativa. Vaya por delante que me estoy refiriendo a educación en el ámbito escolar.

Tras un serio plan de ajuste y recortes, parece lógico y no debe resultar extraño -sociológicamente hablando- que gran parte del sector afectado salga a la calle a protestar. De otra parte, podríamos analizar los argumentos eximidos, la intensidad y el volumen de estas manifestaciones introduciendo conjeturas que contestaran a preguntas del tipo: ¿qué hubiese pasado si en vez de hacer estos recortes el partido político X lo hace el Y? Pero no es éste el asunto que me ha motivado a realizar el presente artículo.

La lógica obliga a mirar todas las caras del prisma, y si abordamos el problema desde un punto de vista más lejano (a veces ayuda), veremos que el sistema de bienestar al que hemos estado acostumbrado antes de la crisis, al verse mermadas las arcas del estado, cada vez resulta más difícil de sostener. Es lógico que el Estado, al tener cada vez menos ingresos, tenga que reducir las coberturas. Y como la cosa es grave, tiene que reducir bastante. Y para hacer recortes sustanciales, siendo lógicos, se hacen de las partidas presupuestarias que mayor porcentaje representan en el gasto público. Hasta aquí, como vengo diciendo, todo es lógico; tan lógico que hemos reducido este asunto a un sencillo modelo matemático del que se llegará a la conclusión siguiente: se elimina necesariamente (?) ‘Xg’ gasto correspondiente A ‘Xi’ ingresos no disponibles, y se quita de aquí o de allí.

Al final es una política de repartir disgustos proporcionalmente, si no ¿les metemos otro pellizco a los pensionistas? o ¿rebajamos las coberturas por desempleo? Lógicamente (seguimos siendo lógicos) no parece una buena política asignar más disgustos a estos dos últimos sectores, ya de por sí bastante ‘inflamados’.

Nicolas Sarkozy y Angela Merkel, en su rueda de prensa conjunta en Berlín. Foto: F. BENSCH (REUTERS)

Se acabaron las lógicas, ahora se trata de lo que se ha venido conociendo como ‘ser políticamente correcto’. Ahora viene mi querido compañero de la UNED y del CECPS, Víctor Riesgo, con la noticia de la recapitalización de los bancos y con sus sensatas argumentaciones, y me da una patada en todo el trasero que se me van las lógicas a tomar vientos. Entonces empiezo a pensar en la «no lógica». Como bien dice Victor, no es lógico que se estén realizando serios recortes (el ‘Xg’) a las coberturas básicas del estado de bienestar, tales como la Educación o la Sanidad (que en el fondo se ha demostrado que el ‘bienestar’ lo teníamos pillado con alfileres) y se ingrese dinero público (el ‘Xi’ que supuestamente no estaba disponible) a los bancos para mantener un tinglado (y lo quiero decir así, de forma despectiva) en el que sólo se beneficia un porcentaje muy pequeño de la población… ¡qué leches!, también hay que decirlo en tono despectivo, es decir, en el que sólo se benefician unos cuantos.

Pues sí, me cabrea y me indigna. Como dice la canción de Ana Belén: «si un traidor puede más que unos cuantos, que esos cuantos no lo olviden fácilmente». Sigue habiendo razones para indignarse.

No debemos pasar por alto que nuestros sistemas educativos surgieron con el industrialismo bajo su modelo organizativo. En palabras del pedagogo y gran amigo Juan Miguel Batalloso:

La idea de concentrar grandes masas de alumnos en un edificio para ser trabajadas por unos operarios denominados profesores y bajo una dirección centralizada y profundamente burocrática es sin duda un concepción netamente industrial. Se trataba de conseguir unos productos o titulaciones intercambiables en el mercado, para cuya obtención era necesario superar una serie de controles especializados y disciplinarios. Dicho con otras palabras: la escuela era la institución por excelencia que se encargaba de producir y reproducir técnica e ideológicamente la fuerza de trabajo. En términos generales, aunque con excepciones sustantivas pero de escaso impacto social, la escuela era la encargada de proporcionar unos mínimos de formación profesional de base y unos máximos de inculcación ideológica para aceptar y obedecer al (des)orden social establecido.

Esto quiere decir que todavía me queda alguna lógica para volverla a introducir en la explicación del «por qué nos hacen esto». Se trata de la lógica oculta. ¿Podría ser, tal vez, la lógica oculta del industrialismo en su forma capitalista, o como prefieren llamarlo ahora, el postindustrialismo en su forma neoliberal? No lo tengo muy claro. Esto ya empieza a sonar a tópico, pero de lo que sí estoy seguro es que hay lógica oculta.

Rubén Crespo
10 de octubre de 2011