Mes: May 2012

‘Foucault y la política’. Una política combativa al alcance de todos

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Reseña de:

José Luis Moreno Pestaña

Foucault y la política

Madrid, Tierradenadie ediciones, 2011

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Foucault y la política es la versión en español del texto más breve: Foucault, la gauche et la politique[1], publicado unos meses antes en Francia y que ha generado debates controvertidos en torno a la figura de Foucault. Tanto en España como en Francia, José Luis Moreno Pestaña (profesor de Filosofía en la Universidad de Cádiz) ha alcanzado notoriedad por sus extensos conocimientos en la obra de Michel Foucault. No sólo de Foucault, también de otros grandes autores del pensamiento contemporáneo francés como Pierre Bourdieu[2] y Jean-Claude Passeron.[3]

Moreno Pestaña (en adelante MP) realizó su tesis sobre Foucault.[4] Tras estudiar la obra de Pierre Bourdie y conectar con diferentes miembros en el Centre de Sociologie Européenne, perteneciente a la École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS) de París, volvió a reescribir su tesis. Esta vez, con la ayuda de la metodología etnográfica de Bourdieu y en el marco de la sociología del conocimiento, integró la ‘sociogéneis’ de Foucault en su obra, lo que le permitió un mayor acercamiento y una mejor comprensión de la complejidad de su pensamiento. El resultado fue Convirtiéndose en Foucault. Sociogénesis de un filósofo[5], un libro publicado en 2006 que lejos de las mitificaciones y encumbramientos de los grandes pensadores, muestra a un Foucault más humano e incorpora su contexto personal, intelectual y familiar, el cual “nos permite relacionar lo que vive y lo que hace con lo que piensa y lo que dice”.[6]

Podríamos decir, con la metáfora: una vez que MP se ha convertido en Foucault, después de rastrear de cerca sus huellas y explorar minuciosamente el entorno del suelo que pisó, después de indagar cómo fue su periodo de formación, sus antecedentes familiares, el estigma de su homosexualidad, sus miedos, sus fracasos… en definitiva, después de presentar al lector a un Foucault a ras del suelo lejos de mitos y veneraciones, ahora, con Foucault y la política, MP despeja el pensamiento de Foucault de cualquier tipo de escolástica y presenta su obra integrando tres niveles de análisis: “su experiencia social, su trayectoria académica e intelectual y sus compromisos políticos” (p. 8); un marco interpretativo relevante para comprender lo que tiene de interesante el pensamiento de Foucault para el análisis político.

El objetivo fundamental del libro es dar respuesta a la pregunta ¿son útiles las ideas de Foucault para transformar el sistema capitalista y llevarlo a que respete un pacto social más ecuánime? Sin duda, MP ha interpretado sabiamente la ‘caja de herramientas’ a la que Foucault se refirió como el resultado pretendido de su trabajo[7], y ha conseguido dar respuesta a esta pregunta sacando a flote el potencial del pensamiento político de Foucault para ampliar nuestro conocimiento de cómo funciona el poder y para abordar la complejidad de conflictos sociopolíticos actuales como, por ejemplo, el malestar social y el fenómeno de indignación del 15M.

MP, desde la sociología de la filosofía, su área de investigación más prolífica, analiza cronológicamente la obra de Foucault vinculándola a su trayectoria social, su producción filosófica y las posiciones políticas que fue adquiriendo a lo largo de su vida. Para ello, lo primero que hace es evitar ‘el peligro escolástico’. Si se pretende analizar el discurso político abstrayéndolo de su contexto, se corre el riesgo de prestar el análisis a usos conflictivos y a efectos imprevistos. Con tal fin, Moreno Pestaña hace uso de las enseñanzas de Ortega y Gasset, para el que la escolástica “es toda exposición de la filosofía recibida sin comprender el ámbito cultural, el espacio social o el tiempo histórico en el que se produjo” (p. 9). Ejemplos de abordaje escolástico de Foucault serían: relacionar a Foucault con otros autores sin saber si él mismo los leyó; el análisis simplificador de su obra; o atribuir a sus ideas el carácter de axiomas irrefutables.

Foucault, que inicialmente estudió Psicología[8] y fue profesor de esta disciplina durante su primera etapa docente, fue ante todo un filósofo. Es importante destacar que Foucault hizo filosofía como una práctica ‘abierta’ (filosofa hacia el exterior de los círculos académicos) y ‘recurrente’ (los acontecimientos históricos interesantes para la filosofía pueden estudiarse en cualquier momento con la misma validez que cuando se produjeron). Con este enfoque es posible una conexión más óptima entre la filosofía y la política. De esta manera, Foucault sigue encontrando problemas de importancia filosófica en la vida cotidiana y “amplia las fronteras del campo político a cuestiones despolitizadas” (p. 24).

Que Foucault se moviera entre los limites de “la filosofía y la no-fiolosofía” fue visto en su época con recelos por una buena parte del mundo académico institucionalizado de la disciplina. Sin embargo, esto le lleva a conectar con profesionales de diversas disciplinas y con un público más híbrido y extenso. Por esta razón, Foucault tendrá algunas dificultades para autodefinirse en lo que hace: “A decir verdad, no soy un filósofo. No hago filosofía en lo que hago, y si tuviera que denominarme, darme un título para decir lo que soy, confieso que estaría en un terrible aprieto”.[9]

Tras leer los primeros capítulos, en los que se analizan algunas de sus obras como Enfermedad mental y psychologie (1954; reed. en 1962)[10], Historia de la locura (1972)[11], Nacimiento de la clínica (1963)[12], Las palabras y las cosas (1966)[13], es fácil que el lector se pregunte qué significaciones políticas tienen estas obras. En sí mismas, pocas, y cuando las tienen, son poco definidas y, sobre todo, difíciles de combinar con corrientes de izquierdas como reconoce el mismo Moreno Pestaña, por ejemplo, sobre Las palabras y las cosas (p. 52). No obstante, la trayectoria social y las disquisiciones filosóficas de este periodo ―de ahí la importancia de su ‘sociogénesis’ que se va desarrollando durante toda su obra―, no exenta de contradicciones, serán cruciales para entender más adelante sus análisis sobre el poder desde las dimensiones filosófica y política.

En Historia de la locura podemos encontrar tres aptitudes en Foucault que apenas cambiarán a lo largo de su obra. La primera es una profunda crítica a las ciencias humanas (o sociales). Foucault tenía un concepto de la ciencia muy exigente, y para él, la psicología o la psiquiatría, no podían ser consideradas ciencias por las grandes dificultades a la hora de definir variables comparables y por no poseer un lenguaje preciso y único que tuviera una suficiente correspondencia con la realidad a estudiar. La segunda aptitud es una conciencia antidialéctica. “La razón dialéctica se caracteriza por asumir que lo negativo es un momento de lo positivo y que, gracias a las contradicciones, la historia avanza” (p. 30). Pero Foucault ve en la dialéctica un mecanismo para justificar las injusticias[14]. La tercera aptitud es una resistencia pertinaz a la domesticación moderna. Así, en el caso de la locura, aunque el discurso dominante es que la época moderna trata mejor la locura que la época clásica, Foucault se opone con un discurso de resistencia mostrando que la locura se ha reducido a la categoría de enfermedad, deja de ser vista como una experiencia humana (el abandono a las pasiones) y pasa a ser una simple desviación de la norma (la normalización que la psicología o la psiquiatría se encargan de definir e imponer).

En Las palabras y las cosas, Foucault continúa con la crítica a las ciencias sociales, esta vez, asumiendo bases epistemológicas más definidas (las epistemes) que en la anterior. Además, en esta obra incluye en sus críticas de forma manifiesta a la sociología (campo en el que tenía algunos compañeros con cierta afinidad como Passeron) junto a la psicología y la psiquiatría como no-ciencias que se aprovechan de otras que lo sí son como las matemáticas. Las ciencias sociales ―dirá― relativizan conceptos de otras ciencias y de la filosofía, y terminan por operar siempre en un marco dialéctico. Curiosamente, hace algunas reservas para otras disciplinas como el psicoanálisis o la etnología, por considerarlas reflexivas y capaces de comprender sus condiciones sociales de posibilidad. MP se pregunta ―y yo también― qué le llevó a Foucault a pensar que no podría serlo igualmente la sociología o la psicología.

¿Se equivocaba Foucault en su insistente desprestigio hacia las ciencias sociales? No debemos olvidar los efectos subjetivos de su ‘sociogénesis’ que están implícitos en el análisis que hace MP de manera continua en todo el libro. Quizás, Foucault no llegó a plantearse que al final la ‘caja de herramientas’ que deja como legado tendría tanta o más influencia en las ciencias sociales que en otras disciplinas a las que tenía en mejor estima[15]. Al menos se pueden obtener dos lecturas de esta actitud; una, que a pesar de que Foucault investigó bordeando las fronteras de la filosofía, jamás fue su pretensión abandonarla. Una filosofía como práctica abierta hacia el exterior, sí, pero también un ejercicio de afuera a dentro, recoger del exterior para enriquecer el interior. Y este ejercicio está en la base de la tarea filosófica que Foucault definió en su último curso en el Colegio de Francia y que MP nos recuerda su gran importancia: “la filosofía sirve para recordarnos que cualquier verdad exige condiciones políticas y produce un tipo de sujetos; que cualquier relación de poder reclama tipos de verdad y conocimiento y formas de ser particulares; que todo habitus[16] exige soportes cognitivos que lo defiendan y relaciones políticas que lo permitan” (p. 58). Y esta es, básicammente, la dimensión filosófica que Foucault incorpora al análisis del poder, una filosofía (la hagan o no filósofos de profesión) que nos ayuda a descubrir las relaciones mutuas de la verdad, la ética y la política. La otra lectura ―que es una interpretación personal mía― es que a las ciencias sociales (sobre todo a la sociología, que es la parte que más me toca) lo mejor que les puede suceder es tener críticos como Foucault, pues, al incorporarlos a su autocrítica, al valorar sus errores y al plantear reorientaciones, las ciencias sociales tienen más posibilidades de avanzar hacia un ethos más legítimo, que no sólo a una mera profesionalización que sólo se justifica por un sector dominante que asegura sus competencias.

Respecto a la utilidad que tiene la obra de Foucault para las identidades políticas, sobre todo para la renovación del pensamiento de izquierdas lejos del marxismo[17], la clave no está en la propia experiencia biográfica de Foucault. El activismo político de Foucault fue muy variable. Durante su formación en la ENS (École Normale Supérieure) fue comunista; estuvo cerca del poder gaullista en sus primeros años universitarios; a partir de Mayo del 68[18] se convierte a la ultraizquierda que, posteriormente, tomo la deriva hacia una izquierda no estatalista  con un acercamiento al diálogo con el neoliberalismo[19]. Estas contradicciones políticas, que parecen explicarse sólo por modas de cada momento, no deben confundirse con su filosofía de la política y del poder. MP ofrece dos explicaciones a esta variabilidad en las definiciones políticas de Foucault: la primera supone verle como un agente racional que calcula sus intereses en sus incursiones políticas y que se transforman según las coyunturas que aparecen en su historia de vida. La segunda, algo más compleja, “considera a un individuo como el resultado de cadenas de interacción enmarañadas que van anudándose en un modo de ser” (p. 37). Pero la clave está en que en el individuo coexisten diversas formas de ser como consecuencia de las diferentes experiencias que se van reuniendo y que en algunos casos llegan a ser totalmente opuestas. Esto explica las capas que se van acumulando en su comportamiento y que le permite unas veces ser plural y ajustarse a la situación, y otras, un comportamiento totalmente contradictorio.

¿Significa esto que podría haber un Foucault para cualquier concepción política? “No. ―nos advierte MP― Hay posiciones imposibles de de encontrar en Foucault: además de las aberraciones políticas (fascismo o estalinismo), Foucault no fue socialdemócrata estatista ni liberal radical” (p. 120).

Tras los acontecimientos de Mayo del 68, es cuando Foucault empieza a incorporar la dimensión filosófica al campo de la política y el poder, “amplia sus fronteras y empieza a incorporar ámbitos que antaño se consideraban ayunos de cualquier juego de poder” (p. 55). A partir de ese momento empieza a tener una audiencia más politizada. Foucault hace filosofía política proponiendo dos vías: una, “retrocediendo hacia atrás y obteniendo una visión de nuestro lugar en el conjunto del mundo, después de haber reconstruido la historia de la que venimos” (p. 58), y la otra, persiguiendo los principios íntimos que rodean nuestro comportamiento, es decir, “las prácticas que hemos incorporado: «En el cuerpo, se encuentra el estigma de los acontecimientos pasados, tanto como en él nacen los deseos, los desfallecimientos y los errores»” (p. 59).

Lejos de los grandes tratados de teoría política omniabarcante, Foucault analiza el poder en un ámbito micro (las micro-estructuras del poder) e investiga cómo las relaciones de poder moldean la experiencia cotidiana de los individuo. En este sentido, Foucault es deudor del concepto de genealogía de Nietzsche. En el campo de la ‘verdad’ (no se tiene siempre un acceso completo a la realidad y por lo tanto expresar la verdad es muy difícil; sin embargo, Foucault nunca renunció a la noción de la verdad en su trabajo científico) se incorpora la genealogía para explicar la ontología del sujeto, es decir, cuál es la genealogía que permite convertirnos en objetos de conocimientos en cada momento histórico. En el campo del ‘poder’, la genealogía sirve para explicar cómo nos convertimos en sujetos de acción que influye y domina a los demás (la etnografía del poder). Así, Foucault habló de conceptos como la ‘anatomopolítica’ (la inserción de la política en la anatomía humana); y la ‘biopolítica’ (o ‘biopoder’ que intenta controlar y fortalecer la vida de los individuos en su conjunto). Mientras la biopolítica se encarga de la vida colectiva, la anatomopolítica tiene por objeto los cuerpos.

Foucault ejerció una gran crítica contra el socialismo estatalista por “carecer de método para gobernar a las poblaciones” (p. 91). Por una parte ve en el estatalismo una gran tendencia a pensar en el Estado como una máquina de dominación invulnerable, y por otra, considera que la crítica marxista (los marxistas ven al Estado como un sistema organizado por los intereses de las clases dominantes). Foucault prefiere hablar de los efectos imprevistos, es decir: “El Estado puede engendrar burocracia, pero también igualdad” (p. 93).

En cuanto al análisis del ethos neoliberal, Foucault se interesa por la construcción del individuo en el sistema neoliberal contemporáneo. El neoliberalismo ―dirá― rompe con el liberalismo clásico y no se fundamenta ya en el laissez faire: una economía libre y la ausencia de la intromisión política; al contrario, el neoliberalismo tiene cada vez más necesidad de ser intervencionista persiguiendo su principal objetivo, que los individuos se adapten al mercado. Es necesario la intervención, al menos en dos ámbito: “por un lado, el patrimonio genético de los individuos y, por otro, en su educación” (p. 99).

Si el neoliberalismo “concibe al individuo como un simple empresario de sí mismo que maximiza sus recursos en función de sus proyectos” (p. 102), Foucault, a través de un economicismo antropológico, ofrecerá una ética del sujeto muy diferente a la propuesta por la tradición individualista del homo æconomicus (preferidor racional)[20], y preferirá antes que el paradigma de la ‘disciplina’, cuyo objetivo es reglamentar la realidad social, el paradigma de la ‘seguridad’, que permite actuar sólo en niveles determinados[21]. Para Foucault la disciplina resulta utópica, mientras la seguridad es la que ha permitido el desarrollo del capitalismo económico, aunque no era el objetivo inicial.

A finales de los años 70, las simpatías o, mejor dicho, las no antipatías de Foucault hacia algunas de las concepciones neoliberales parecen evidentes. Por mucho que le pese a buena parte del sector intelectual de la izquierda, sobre todo la que intenta renovarse a través del pensamiento de Foucault, MP, sin fallar a su compromiso científico y crítico, deja claro que así fue y no descarta la posibilidad de una derecha neoliberal que se inspira también en Foucault. No obstante, MP deja algunos interrogantes sobre esta valoración. Puesto que el neoliberalismo no era todavía muy visible, estaba gestándose en aquella época, es muy posible que Foucault no valorara suficientemente este proceso. MP también hace una oportuna observación al afirmar que aunque el sistema neoliberal “no le era completamente antipático”, Foucault no se preguntó en ningún momento por los efectos que este sistema tenía en la desigualdad social. Esto puede ser debido ―a mi juicio― al haber subestimado Foucault a ciencias sociales como la sociología, la que desde un principio ―y una de las causas de su nacimiento―  hizo de la desigualdad social uno de sus objetivos prevalentes de estudio (y así continúa siendo).

Como en los mejores best-sellers, lo mejor del libro está al final, en el último capítulo: Cuidado de sí, cuidado del otro; pero no se trata de una estrategia literaria deliberada por MP, es algo que resulta obvio cuando se reconoce la talla de Foucault. Los mejores filósofos y pensadores sociales que han pasado a la categoría de clásicos, o de clásicos contemporáneos, suelen alumbrar sus mejores ideas en su etapa más madura. En la década de los 80, Foucault se dedicó por entero a estudiar el pensamiento grecorromano y lo aplicó a los dos últimos trabajos de su carrera: la experiencia de la sexualidad y las técnicas de trabajo sobre uno mismo. Foucault intenta dar respuestas a la pregunta ¿cómo hemos de comportarnos considerando el efecto de nuestra personalidad que ha venido configurándose a través de nuestras experiencias vitales? En las éticas grecorromanas descubre que “el cuidado de sí se encontraba vinculado al cuidado del otro” (p. 107).

Foucault parte del hecho de que vivir significa asumir riesgos que no pueden ser protegidos públicamente. Para los neoliberalistas que les preocupaba el exceso de gobierno, Foucault ofrece una nueva alternativa al considerar que “el hecho de ser gobernados nos volvía solidarios a los seres humanos” (p.108). A partir de las relecturas del pensamiento de los estoicos y de los cínicos, el pensamiento político de Foucault produce dos ideas importantes. La primera, “una reflexión sobre los recursos necesarios para ser reconocido en la interacción cotidiana”[22]. Los hábitos son importantes para comprender que es nuestra personalidad, con la acumulación de las experiencias que nos preceden, la que nos permite tomar decisiones sobre nuestra vida que impliquen valores sociales, incluso, compromisos políticos. La segunda idea, influida por el pensamiento estoico, es “que todos los seres humanos ―y no sólo la élite gobernante― deben ocuparse de sí mismos y hacerlo no sólo en la juventud, o cuando uno se está formando, sino en todos los momentos de la vida” (p. 109). Se trata, pues, de obtener un habitus que deberemos seguir desarrollando continuamente.

Al pensar sobre la producción de los habitos, Foucault analizará con exhaustividad el concepto de la parresia con el fin de resolver el problema de ‘cómo decir la verdad’ y cómo se vincula ésta con la política según el contexto sociohistórico: “en qué condiciones institucionales puede decirse la verdad (democracia, monarquía […]) y cuáles son las condiciones personales (coraje personal, tipo de habitus y temperamento) para proferir y escuchar la verdad” (p. 111).

Siguiendo tres discursos de Pericles que Tucídides describe en Historia de la guerra del Peloponeso, Foucault analiza la parresia y describe tres condiciones de posibilidad: la epistemológica (la verdad), la moral (la ética) y la política (el poder). A través de la parresia Foucault teoriza sobre las asambleas democráticas como un espacio rectangular donde para que sea posible una autentica ‘palabra libre’ deben cumplirse cuatro condiciones: las formales, de prestigio, de verdad y de coraje físico. Serán estos cuatro ángulos los que permitan “la imbricación en la experiencia de la asamblea democrática, sin confundirse, de verdad, ética y poder” (p.113). Según MP, Foucault olvidó aclarar cuáles debían de ser las condiciones sociales y materiales para el acceso y la práctica de la palabra libre.

En suma, Foucault propone una “política filosófica pegada a la tierra, combativa, sostenida sobre un habitus entrenado para la desgracia e independiente de todo poder y doctrina” (p.117). El pensamiento político de Foucault, en esta última etapa, hace posible que exista un vínculo entre la experiencia íntima y la expresión política. Un vínculo que está en el corazón de movimientos sociales y acciones colectivas como el 15M[23]. De ahí la utilidad de su ‘caja de herramientas’ que ha ampliado nuestro horizonte en las cuestiones políticas más actuales, nos ha mostrado cómo funciona el poder con un enfoque antes desconocido, y nos puede ayudar a construir una mirada más crítica hacia los mecanismos estatales de la integración social y la garantía de la libertad.

Foucault y la política es un libro no sólo para apasionados del pensamiento de Foucault o los que busquen en el herramientas para enriquecer su formación política, es también un libro para aquellos que sólo conocen a Foucault de oídas o por las citas sobre algunos de sus conceptos más conocidos que pueden haber encontrado a través de otros autores o manuales de estudios de diversas disciplinas sociales. El libro es pequeño, pero su contenido es muy compacto porque el estilo de escritura de MP no suele abundar en redundancias y recapitulaciones. Es fácil que en ocasiones el lector tenga que volver atrás para releer y fijar con más detenimiento ideas que se van entretejiendo en capítulos posteriores. Por el contrario, la densidad y claridad de la información que se ofrece en las páginas del libro hace que la relectura sea una tarea reconfortante porque siempre se redescubre en el texto de MP nuevos matices que mejoran la comprensión de un autor tan complejo como Foucault, máxime, si además se trata de comprender su producción teórica incluyendo su trayectoria social y sus concepciones política.

Con Foucault y la política, Moreno Pestaña, haciendo uso precisamente de una de las herramientas que el propio Foucault engendró, la arqueología del saber, ha estudiado en profundidad la propia historia del saber de Foucault, ha conseguido sumergirse en la espesura del celaje de su influencia mediática para cruzar, capa por capa, todo el pensamiento que fue integrándose en Foucault a través de sus experiencias sociales hasta llegar a su propio suelo. Una vez en él, ha estudiado su topología y nos ha trazado una cartografía más detallada y comprensiva de su pensamiento. Continuando la metáfora, el mito a ras de suelo, pero con todas las propiedades extraordinarias que tiene el mito al alcance de todos. Un manual de instrucciones de la ‘caja de herramientas’ de Foucault para comprender el actual estado de las cosas, y si no nos gustan, para tener capacidad de cambiarlas mediante una política combativa pegada a la tierra.

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Rubén Crespo
Estudiante de Sociología en la UNED
a 14 de mayo de 2012

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Notas:

[1] Moreno Pestaña, José Luis. 2011. Foucault, la gauche et la politique. Textuel.

[2] Véase: Moreno Pestaña, José Luis. 2012. “Sobre la actualidad del Oficio de sociólogo” en las jornadas El oficio de sociólogo. El legado de Pierre Bourdieu. Círculo de Bellas Artes en Madrid (http://moreno-pestana.blogspot.com.es/2011/12/sobre-la-actualidad-del-oficio-de.html).

[3] José Luis Moreno Pestaña ha traducido El razonamiento sociológico: el espacio comparativo de las pruebas históricas de Jean-Claude Passeron, Madrid, Siglo XXI, 2011. / Véase también: Moreno Pestaña, José Luis. 2003. ¿Qué significa argumentar en sociología? Revista Española de Sociología Nº 3, pp. 51–67.

[4] Reseñado en: Campillo Meseguer, Antonio. 2011. “Foucault político, Foucault desconocido” en la Web de Antonio Campillo en la Universidad de Murcia. (http://bit.ly/IT25qg).

[5] Moreno Pestaña, José Luis. 2006. Convirtiéndose en Foucault: sociogénesis de un filósofo. Ediciones de Intervención Cultural, S.L. / Véase también: Fernández Zubieta, Ana. 2006. Reseña de Convirtiéndose en Foucault. Revista Española de Sociología Nº 6, pp. 131–134.

[7] Foucault, Michel. 1974. “Prisons et asiles dans le mécanisme du pouvoir” en Dits et Ecrits, t. II. Paris: Gallimard, 1994, pp. 523–524.

[8] Foucault sufrió de depresiones, llegando incluso a intentar suicidarse, por la angustia que le supuso su homosexualidad. Debido a estos episodios, estuvo en tratamiento psiquiátrico, momento en el que empezó a interesarse por la psicología. Así, Foucault se licenció primero en Psicología, pero luego, años después, obtuvo también la licenciatura en Filosofía en 1952. Foucault daba clases de Psicología en Clermont-Ferrand, pero al final empezó a gustarle poco este trabajo por la aversión que fue tomando hacia esta disciplina.

[9] Philippe Calderon. 2003. Michel Foucault par lui-meme. ARTE France / BFC Productions.

[10] Foucault, Michel. 1962. Maladie mentale et psychologie. París, PUF.

[11] Foucault, Michel. 1972. Histoire de la folie à l’âge classique. París, Gallimard.

[12] Foucault, Michel. 1963. Naissance de la Clinique. Une archéologie du regerd médical. París, PUF.

[13] Foucault, Michel. 1966. Les mots et les choses. Une archéologie des sciencies humaines, París, Gallimard.

[14] La noción que Foucault tiene de la dialéctica nada tiene que ver con la de Ortega y Gasset: una dialéctica como síntesis de conocimientos especializados con vocación práctica. Moreno Pestaña se apoya con frecuencia en Ortega y Gasset para explicar o poner en contradicción las ideas de Foucault.

[15] Por ejemplo, buena parte de la obra de Jean-Claude Passeron es un diálogo con las críticas de Foucault a las ciencias sociales.

[16] Habitus: concepto esencial en el pensamiento de Bourdieu para explicar la socialización y el sentido práctico. El habitus o los habitus son, según la definición de Bourdieu: sistemas de «disposiciones» duraderas y transferibles, estructuras estructuradas predispuestas para funcionar como estructuras estructurantes, es decir, como principios generadores y organizadores de prácticas y representaciones que pueden estar objetivamente adaptadas a su fin, sin suponer la búsqueda consciente de fines y el dominio expreso de las operaciones necesarias para alcanzarlos, objetivamente «reguladas» y «regulares», sin ser el producto de la obediencia a reglas y, a la vez que todo esto, colectivamente orquestadas, sin ser producto de la acción organizadora de un director de orquesta. (Castro Nogueira, Luis, Miguel Ángel Castro Nogueira, y Julian Morales Navarro. 2008. Metodología de las ciencias sociales: una introducción crítica. Tecnos. p. 827).

[17] Foucault dejó de creer en la revolución capitalista, propuso la desmarxitización de la izquierda y criticó la concepción de la economía de Marx porque no era tan innovadora como otros autores posteriores escribieron; sin embargo, donde sí lo consideraba innovador fue en su concepción histórica.

[18] Cuando estalla el conflicto de Mayo del 68, Foucault se encuentra en Túnez, y fue su compañero Daniel Defert quien lo mantuvo al día.

[19] Esta variedad de posiciones políticas en la trayectoria biográfica de Foucault, que Moreno Pestaña se ha atrevido a incorporar con puro sentido crítico, es la que ha causado los polémicos debates a los que me referí al inicio de este texto. A pesar de que Moreno Pestaña insiste en evitar caer en el simplismo de atribuir a Foucault una u otra adscripción partidaria, por el hecho de que Moreno Pestaña atribuye una cercanía de Foucault al gaullismo en los años 60 y su simpatía con algunos planteamientos del neoliberalismo, algunos comentaristas de la edición francesa lo han malinterpretado y lo han visto como un ataque personal hacia Foucault.

[20] Homo æconomicus: “idealización elaborada en el seno de la teoría económica neoclásica. Representa un individuo/consumidor racional y egoísta, dotado de consistentes sistemas de preferencias [preferidor racional] y creencias que actúa de acuerdo con el principio de maximización de la ganancia o bienestar y minimización del coste. (Castro Nogueira, Luis, Miguel Ángel Castro Nogueira, y Julian Morales Navarro. 2008. Metodología de las ciencias sociales: una introducción crítica. Tecnos. p. 828).

[21] Puesto que Foucault ya había considerado el poder como una relación y no como una propiedad, el rechazo a la disciplina y la tolerancia a la seguridad se debe a que acepta las relaciones de poder siempre y cuando éstas sean reversibles y no impliquen una estructura de dominio, es decir, “sí a las relaciones de poder cuando no son jerárquicas”. (Roca Jusmet, Luis. 2012. Reseña de Foucault y la política en: hexis. filosofía y sociología (http://moreno-pestana.blogspot.com.es/2012/02/resena-de-luis-roca-en-el-viejo-topo.html).

[22] En terminología de Bourdieu, se trataría de los diferentes capitales y su valor en relación con los contextos sociales.

[23] Véase la conferencia que Moreno Pestaña ofreció el 3 de junio de 2011 en el marco de un ciclo de reflexiones sobre el 15-M, organizado por el grupo de trabajo, ‘Debate teórico’ de la Plaza del Carmen de Granada. en: Moreno Pestaña, José Luis. 2012. “Pensar los hábitos democráticos con Michel Foucault”. Cisolog. Ciencia Sociológica. Retrieved (http://cisolog.com/sociologia/pensar-los-habitos-democraticos-con-michel-foucault/)

El gobernante vs el 15M

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No acostumbro a ver ya las noticias en la televisión. Mi digitalización en este sentido alcanzó el cien por cien hace ya bastantes meses. Ya se sabe, canales RSS, Twitter, suscripciones a periódicos digitales… Pero ayer vi el Telediario de la 1 de las 15:00 h. Fue porque comí en casa de mi madre; en la mía no hay tele a la hora de la comida. Entonces, justo cuando estaba empezando, cuando te ponen esa música tan característica que tienen los telediarios al comenzar, antes de que empezara el avance de las noticias más destacadas, me dio tiempo a hacerme la siguiente pregunta: ¿Cuál sería el primer titular, las manifestaciones del 12M-15M, o lo que había dicho el presidente del gobierno en el XIII Congreso del PP en Euskadi? Ya sabía que estas eran dos de las noticias principales del día porque las había escuchado en la radio por la mañana. Por cierto, acabo de darme cuenta de que he mentido antes, que no soy cien por cien digital del todo en lo de las noticias. La radio se puede escuchar por internet o por el móvil, pero yo frecuento más a hacerlo a través de un viejo transistor heredado de mi padre al que le tengo mucho cariño.

Pues la primera noticia que salió ayer en el avance del Telediario fue lo que dijo Rajoy, y luego, ya, lo del 12M-15M. A muchos les puede parecer un detalle sin importancia, o simplemente que es una cosa en la que no se reflexiona y ya está. Sin embargo, mientras disfrutaba de la comida que con todo el cariño nos había preparado mi madre, iba pensando lo siguiente: si en la primera página de los tradicionales periódicos en papel unos titulares ocupan más espacio que otros por ser considerados más importantes por sus redactores, digo yo que en el avance del Telediario la importancia de las noticias la indica el orden en que se den, es decir, tan obvio como que la primera es más importante que la segunda y así sucesivamente. En este caso, pues será que lo que dijo el presidente en el Congreso del PP vasco era más importante que lo que habían expresado numerosos colectivos de indignados en varias ciudades de España, la expresión de una indignación por el infausto panorama político, social y económico que ya llevamos unos cuantos años atravesando. Una indignación con la que mucha gente, aunque no haya salido a la calle, la ve justa y necesaria.

No tengo intención de ofrecer un discurso ―que ya hay muchos― sobre la politización de los medios de comunicación, por cierto muy manido, porque esto ha sido siempre así y soy bastante escéptico en que vaya a cambiar por mucho que el periodismo se modernice. Sin embargo, se supone que tenemos libertad para juzgar por nosotros mismos la importancia que tienen las noticias independientemente del tamaño que tengan en la portada de los periódicos, o del orden en que aparezcan en los noticiarios. Pero la importancia que tienen las noticias, según los marcos en que operen, nada tiene que ver con el intereses o gustos personales (o los habitus[1], que diría Bourdieu) a la hora de valorar el orden de las noticas. Digo esto para no ser mal interpretado por aquellos que les gusta, por ejemplo, el fútbol ―que a mí también― y vayan a pensar que carece de importancia porque éste lo suelen dar al final del telediario en la sección de deportes. Pero por eso mismo, como el fútbol se da en la sección de deportes, el establecimiento de una jerarquía de marcos, como nos dice José Antonio Marina en La inteligencia fracasada[2], nos sirve para entender por qué es tan importante e interesante para un aficionado la noticia de que su equipo haya ganado la liga; pero ésta entendida dentro del marco de los deportes. Poca gente convendrá en negar que el marco político-social-económico del país es más amplio e importante que el marco de los deportes. Aún así, sería interesante saber cuánta gente y qué tiempo de dedicó a informarse de lo sucedido en las manifestaciones del 12-M, y cuánta gente y qué tiempo de dedicó a estar pendiente de la última jornada de liga de fútbol. No tienen por qué ser incompatibles, claro que no, es sólo una reflexión más sobre el potencial mediático que tiene el fútbol.

Continuo con la reflexión que me hacía ayer mientras seguía comiendo ―una reflexión en voz alta, claro está, porque las comidas son muchas veces los mejores momentos para ejercer la interacción social―. Primero lo que dice Rajoy, y luego que dice el 12M-15M. Bien, empiezo a cambiar sustantivos. Primero lo que dice el gobernante, y luego lo que dice el pueblo. Y aquí tenemos el histórico problema de la soberanía a la hora de ejercerla en los sistemas democráticos. La soberanía en el pueblo, estamos de acuerdo. Pero como el pueblo elige al gobernante, hay un traspaso de soberanía (confianza sería la palabra más exacta), al final y supuestamente, el gobernante habla por el pueblo. Pero ¿por qué el gobernante no habla con el pueblo?

Después de lanzar esta pregunta, muchos podrían abalanzarse contra mí para decirme: «mire usted, es que el 15M no es el pueblo». De acuerdo, el modelo puesto por ejemplo tiene errores y no es perfecto. El 15M no es el pueblo porque hay muchos que se quedan en casa: los indiferentes, los que están de acuerdo pero no forman parte activa del movimiento, los que están de acuerdo con algunas cosas y otras no, y los que están totalmente en contra. Pero si el 15M no puede hablar por el pueblo por las razones anteriores, tampoco el gobernante lo puede hacer si consideramos que ha sido elegido en las últimas elecciones generales por menos de un tercio (31,57%) del electorado (los que votaron, más los que lo hicieron en blanco o nulo, más los que se abstuvieron).

Entonces reduzcamos el modelo sólo al ámbito del activismo político, es decir, al de los agentes que ejercen la política de manera activa. El gobernante desde las tribunas, y el pueblo que sale a la calle para ejercer una política combativa contra las decisiones políticas que recortan el estado de bienestar con justificaciones economicistas, la crisis, para entendernos. El gobernante está legitimado porque las reglas democráticas están oficializadas e instituidas legalmente. ¿Y el 15M qué? ¿Cómo se legitima? Parece que todas las acciones colectivas hasta ahora no han sido suficientes para que los dirigentes políticos escuchen y se tomen en serio estas protestas. Entonces, habremos de buscar algún mecanismo para poder saber con garantías cómo se distribuye la legitimidad. Al igual que el gobernante toma decisiones políticas por el que se abstuvo al votar, o votó pero nulo o en blanco, ¿no se podría establecer de forma fiable y transparente un mecanismo para saber realmente el apoyo que tiene el 15M?

La legitimidad de la acción política no puede justificarse sólo por los resultados de un escrutinio. Hay un día a día, hay decisiones políticas a las que no se daba un sí en los votos introducidos en las urnas… En el Avance de resultados del estudio 2941 Barómetro del CIS de abril de 2012, podemos ver la tabla de frecuencias de la pregunta 16.

Fuente: Banco de Datos del CIS.

Si usamos esta tabla como un indicador para medir la legitimidad que tiene el gobernante, está claro que no gozaría en estos momentos de mucha, la verdad. Naturalmente, para poder hacer comparaciones con el 15M dentro del modelo de ejemplo propuesto, necesitaríamos un indicador equiparable, pero el Barómetro del CIS de Abril no sondea sobre los movimientos de indignación como el 15M. Sí lo hace sobre la Huelga General del pasado 28 de marzo, que a decir verdad, no son muchos los que piensan que ha sido un éxito o piensen que haya servido para que el gobierno, sindicatos y empresas lleguen a acuerdos. No obstante, sería un error comparar el movimiento de la huelga, organizada por las tradicionales estructuras  de tipo verticales de los sindicatos, con los movimientos de protesta e indignación como el 15M, organizados de forma horizontal y con muchas más reivindicaciones que van más allá de las sociolaborales. Veremos si, con suerte, para el próximo barómetro se sondea sobre el apoyo que tiene el 15M en la sociedad española.

De momento, lo que tenemos es que el presidente sigue sin bajar a la plaza. La percepción que tengo de todo esto es que los dirigentes políticos intentarán aguantar el chaparrón, porque creen que la moda pasará. Mientras tanto, y por si acaso, ponen en marcha la estrategia mediática ―de la que hablábamos al principio― de dejar siempre en segundo plano el discurso de los indignados. Prueba de ello es la portada de La Razón ayer. Ponía 15-M en grande con un subtítulo debajo: 15 mentiras, exponiendo las mismas en un lateral. La estrategia es deslegitimar, es evidente. Se usan argumentos del tipo: el movimiento no ha logrado cambiar nada; la mayoría de los españoles no se sienten representados, etc. ¿Debemos pensar  entonces que la acción colectiva no tiene capacidad para producir cambios sociales, políticos y económicos?Si usamos esta tabla como un indicador para medir la legitimidad que tiene el gobernante, está claro que no gozaría en estos momentos de mucha, la verdad. Naturalmente, para poder hacer comparaciones con el 15M dentro del modelo de ejemplo propuesto, necesitaríamos un indicador equiparable, pero el Barómetro del CIS de Abril sondea sobre los movimientos de indignación como el 15M. Sí lo hace sobre la Huelga General del pasado 28 de marzo, que a decir verdad, no son muchos los que piensan que ha sido un éxito o piensen que haya servido para que el gobierno, sindicatos y empresas lleguen a acuerdos. No obstante, sería un error comparar el movimiento de la huelga, organizada por las tradicionales estructuras  de tipo verticales de los sindicatos, con los movimientos de protesta e indignación como el 15M, organizados de forma horizontal y con muchas más reivindicaciones que van más allá de las sociolaborales. Veremos si, con suerte, para el próximo barómetro se sondea sobre el apoyo que tiene el 15M en la sociedad española.

Hace 50 años, un 6 de abril de 1962 cerca de Mieres, siete mineros decidieron no bajar al Pozo San Nicolás como señal de protesta para reclamar un mejor salario y unas condiciones laborales más dignas. Siete trabajadores, una minoría tan ínfima que la empresa no vaciló en despedir pensando en que apenas tendría impacto tal decisión. Sin embargo su despido provocó de inmediato una cadena de solidaridad. La huelga empezó a extenderse como una mancha de aceite en el agua. En muchos pozos de la zona los trabajadores se unieron a la huelga. También otros sectores, el metalúrgico, talleres y factorías industriales también fueron sumándose a la huelga. En dos meses ya eran 300.000 trabajadores en toda España los que se enfrentaron a la dictadura franquista. Esta huelga fue conocida como la Huelga del Silencio.

Al final la Huelga del Silencio resultó ser todo un ejemplo de manifestación y lucha pacífica que habría de tener consecuencias determinantes para el futuro de la sociedad española. Pero sobre todo, La huelga del silencio supuso un impulso anímico imprescindible para todos aquellos, tanto de izquierdas como de derechas, que ansiaban lograr un sistema de convivencia basado en los principios democráticos.

¿Quién dice que con la acción colectiva no se consigue nada? Pues esta gente consiguió mejorar mucho las cosas de aquel entonces. ¿Cómo? Gracias a la solidaridad, que fue el motor fundamental para una huelga muy larga y en la que hubieron de pasar bastantes penurias. El profundo sentimiento de hermandad con sus semejantes fue lo que hizo posible la solidaridad.

¿Tiene futuro hoy la solidaridad? Zygmunt Bauman habló sobre la realidad de este concepto en nuestros días el pasado 15 de octubre de 2011 en Madrid (Véase: ¿Tiene futuro la solidaridad? Conferencia de Zygmunt Bauman)  Casualmente un día 15 y un día en el que se habían convocado concentraciones en 45 países para un cambio con “dignidad, democracia directa y proactividad”. Es cierto que los movimientos como el 15M necesitan de un pensamiento que sea capaz de generar consensos y nexos en la ciudadanía que vayan más allá de lo emocional del momento, pero al final la solidaridad depende de la empatía, de la capacidad de sentirnos identificados con nuestros semejantes y entender que la injusticia que padecen los demás puede ser también la que padezcamos nosotros en un futuro cercano. La empatía se entiende mucho más por la inteligencia emociona que por la racional. Y si esto es así, La solidaridad ha de ser emocional, y esta se extiende cuando se percibe en nuestras redes sociales (las de siempre, no sólo las de Internet) que hay una misma causa, un mismo objetivo, un motivo compartido por el que se siente la necesidad de unirse y luchar. Pero ¡cuidado! La comparación de la Huelga del Silencio no nos sirve en su objetivo, pero si en lo emocional. Es decir, el objetivo ahora no es derrocar una democracia, si no cambiar las piezas del mecanismo para que esta garantice una igualdad social más justa y perdurable, para que no nos desmonten el estado de bienestar que hasta ahora se había alcanzado, para muchas cosas más, claro, pero vale la metáfora de para una “democracia real ya”. El ejemplo de la Huelga del Silencio nos vale en lo emocional porque nos da un buen ejemplo de cómo se ejerce y se propaga la solidaridad.

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Rubén Crespo
14 de mayo de 2012
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Documentos TV. «La huelga del silencio»


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NOTAS:

[1] Habitus: concepto esencial en el pensamiento de Bourdieu para explicar la socialización y el sentido práctico. El habitus o los habitus son, según la definición de Bourdieu: sistemas de «disposiciones» duraderas y transferibles, estructuras estructuradas predispuestas para funcionar como estructuras estructurantes, es decir, como principios generadores y organizadores de prácticas y representaciones que pueden estar objetivamente adaptadas a su fin, sin suponer la búsqueda consciente de fines y el dominio expreso de las operaciones necesarias para alcanzarlos, objetivamente «reguladas» y «regulares», sin ser el producto de la obediencia a reglas y, a la vez que todo esto, colectivamente orquestadas, sin ser producto de la acción organizadora de un director de orquesta. (Castro Nogueira, Luis, Miguel Ángel Castro Nogueira, y Julian Morales Navarro. 2008. Metodología de las ciencias sociales: una introducción crítica. Tecnos. p. 827).

[2] Marina, José Antonio. 2004. La inteligencia fracasada: teoría y práctica de la estupidez. Editorial Anagrama, S.A.